Autor: Carlos Miguel Díaz
La enfermedad de Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa caracterizada por un deterioro cognitivo y demencia. El alzhéimer está asociado a la presencia de agregados proteicos de dos tipos: ovillos de la proteína tau y placas amiloides de Aβ. La eliminación de estos agregados proteicos ha sido el objetivo principal de la mayoría de intentos para tratar la enfermedad, no habiéndose alcanzado aún ningún avance claro al respecto.
Sin embargo, un grupo de la Universidad de California en San Francisco liderado por el profesor Stanley Prusiner (galardonado con el premio Nobel en 1997 por el descubrimiento de la PrP, la proteína priónica original) ha detectado y medido, mediante el uso de novedosas técnicas, las formas autopropagables y mal plegadas (formas patógenas) de las proteínas amiloide beta (Aβ) y tau en el tejido cerebral post mortem de 75 pacientes de alzhéimer. Teniendo en cuenta que los priones son versiones mal plegadas de una proteína que pueden propagarse como una infección al forzar la conversión de las copias normales de esa proteína a la forma patógena, y que las dos proteínas asociadas al alzhéimer tienen ese mismo comportamiento, han sido propuestas como proteínas priónicas.
Prusiner y sus colaboradores han sospechado durante mucho tiempo que la PrP no era la única proteína que actúa como un prion, con capacidad de autopropagarse, y que distintos tipos de priones podrían ser los responsables de otras enfermedades neurodegenerativas causadas por la acumulación tóxica de proteínas mal plegadas.
Muchos científicos se han mostrado reacios a aceptar que las proteínas Aβ y tau sean priones porque, a diferencia de los priones de PrP, no había evidencias de que fueran infecciosos, excepto en estudios de laboratorio altamente controlados. Sin embargo, informes recientes han documentado casos de pacientes tratados con hormona de crecimiento derivada de tejido cerebral humano o que han recibido trasplantes de duramadre (una membrana protectora del cerebro) que desarrollaron placas Aβ a una edad mucho más temprana que cualquier persona sin un trastorno genético.
Para este estudio, los investigadores combinaron dos pruebas de laboratorio desarrolladas recientemente para medir rápidamente los priones en muestras de tejido humano: un nuevo sistema de detección Aβ desarrollado en el laboratorio de Prusiner y un ensayo de priones tau previamente desarrollado por Marc Diamond, un ex miembro de la Universidad de California San Francisco que ahora es director del Centro de Alzheimer y Enfermedades Neurodegenerativas en el UT Southwestern Medical Center.
A diferencia de los modelos animales utilizados anteriormente, que tardaban meses en mostrar la propagación lenta de los priones Aβ y/o tau, estos ensayos basados en células miden los niveles de priones infecciosos en solo tres días, lo que permite a los investigadores cuantificar de manera efectiva los niveles de priones tau y Aβ en extractos procesados de muestras de cerebro post mortem.
El hallazgo más notable del nuevo estudio puede ser el descubrimiento de que las formas priónicas autopropagables de tau y Aβ son más infecciosas en los cerebros de los pacientes de alzhéimer que murieron a una edad temprana (debido a formas hereditarias de la enfermedad) que en los pacientes que murieron a una edad más avanzada.
Así, la enfermedad de Alzheimer se definiría como un trastorno de prion doble en el que las proteínas Aβ y tau se propagan gradualmente provocando daños en el cerebro. De esta manera, el agente causal de la enfermedad serían las formas priónicas autopropagables de las proteínas y no los agregados como tal, pudiendo infectar tejidos cerebrales sanos como la PrP, pero de una forma mucho más lenta.
De este modo, el doctor William DeGrado, coautor de este estudio, señaló la importancia de empezar a dirigir las nuevas terapias al tratamiento de la enfermedad a las formas priónicas activas de las proteínas en lugar de a las placas Aβ y los ovillos de tau.
La investigación plantea una serie de preguntas que deberán ser abordadas por futuros estudios, como si las diferencias en la infectividad por priones podrían explicar la razón por la que el alzhéimer se desarrolla de forma distinta en diferentes pacientes. De la misma manera, este nuevo enfoque podría ayudar a dar respuesta a si los niveles más altos de priones en las muestras de cerebro de pacientes más jóvenes y los niveles menores en muestras de cerebros de pacientes de mayor edad están relacionados con variantes de priones más o menos infecciosos.
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